“¡Hábranse los cielos, lluevan al Mesías, sobre el mustio suelo nazca el Salvador!” (Isaías)


 Sión del Padre, Navidad 2012

Al Círculo de Adoración Monte Sión:
La profecía de Isaías es un clamor de súplica que, en el Adviento de cada año, la Iglesia hace anhelante y esperanzada. Es una súplica que se hace mirando el cielo, con los ojos, los brazos y el corazón abiertos, esperando al que está a llegar. ¡Es la actitud propia de la espera!
El Adviento es el tiempo que abre el nuevo año litúrgico, son cuatro domingos que preceden la Navidad del nacimiento del Hijo amado del Padre, hecho hombre. Hijo de Dios e Hijo de María. Dios nos lo da, nos lo confía por medio de la Virgen Madre.
Como adoradores y adoratrices hemos de preguntarnos, ¿cómo vivir este tiempo litúrgico, cómo entrar su misterio? Nadie sabe tanto de la espera como la mujer. Nadie sabe tanto de la espera de un hijo, sino la mujer. Al Niño del Padre y de María, hay que esperarlo con Ella, junto a Ella, contemplándola. El Hijo de Dios, al comenzar a ser hombre en el seno de su Madre, caminó, transitó, todos los estadios de hombre-niño. Fue haciéndose, desarrollándose, creciendo, en el vientre de su Madre. Ella, como toda madre en espera, se volvió hacia dentro de sí misma; ahí se produjo esa intimidad única, entre el Hijo y la Madre. A esta intimidad estamos llamados a aproximarnos de la mano de María. Solo Ella nos puede dar la actitud correcta, para que nuestra espera sea adecuada al don.
En la Nochebuena los pastores, sorprendidos, fueron avisados e invitados a ver al Niño. No había nada particular en el recién nacido, para ellos era simplemente un niño. Lo particular, creo yo, debe de haber estado en la Madre. Si toda mamá contempla embelesada a su hijo recién nacido, ¡qué no decir de María! La actitud de Ella, su rostro de Madre recién estrenada, la ternura de sus gestos, deben de haber sido el vehículo por el cual los pastores percibieron lo distinto. Imagino, en algo al menos,  el impacto de lo que produjo en ellos la luz maternal de María.
También nosotros hemos de dejarnos iluminar por esa luz de maternidad y así, contemplando a María, entrar en esa indescriptible relación de Amor y Alegría. Se trata, de hecho, de una experiencia mística, es decir: que acontece en nuestro interior y se vivencia en lo más hondo. El Niño del Padre y de María busca despertar en nosotros la experiencia primordial del amor cálido,  de la ternura indescriptible. Todo ser humano ha comenzado a ser en el seno de la madre. Es ahí donde vivencia por primera vez “en la carne” el amor cobijador. De hecho, el seno de la madre es el sacramental del“seno del Padre” (Jn. 1,18).
Cuando Jesús dice que “si no os hacéis como este niño…”, (Mc. 10,14), lo que está señalando es el niño concreto que está delante de Él, pero al mismo tiempo se señala a sí mismo. ¡”Este Niño”, es Jesús!
Hacerse como niños, es hacerse como Jesús en su relación al Padre y a los hombres. He aquí lo que estamos llamados a contemplar en la Nochebuena y en la Navidad. Contemplemos al Niño con los ojos de María, Ella nos enseñará a “ver” en el Niño lo mejor de nosotros en relación a Dios.
Les envío a todos un muy cordial saludo y el deseo de que tengan una muy bendecida Navidad y fecundo año 2013.. Que Dios les bendiga desde Sión.
P. Alberto
 

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